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MI VIDA:

CENIZAS O GLORIA

esa pagina no existe.

Pero navega a la página principal.
Hasta pronto.

👋

“Cada hombre, al nacer, puede ver cómo flota sobre su cabeza una corona; a él, el ceñírsela.”



Esta es la historia de un hombre y su sueño. Un sueño que lo buscó a el, o tal vez dicho de manera más intuitiva, el hombre que encontró aquel sueño por el cual necesitaría vivir e inclusive dar su propia vida. Así acontece a veces, el entorno de circunstancias conspira a nuestro favor y hallamos sueños por los cuales necesitamos vivir y dar nuestra propia vida. Encontrando en ello la realización de haber cumplido con un destino que nos hizo únicos en esta vida, con la certeza plena y cabal de haber nacido para no ser olvidado. Sino al contrario, haber descubierto al final del camino el propósito que va mas allá de la dimensión temporal sembrada por multitudes en este globo terráqueo.  
 
El susurro gentil del viento lleva consigo cenizas que se esparcen en el aire, vuelan ligeramente en el cielo de una manera fugaz y delicada. Percibo el perfume delicado de las flores en un campo abierto y un poco grande, me invitan a detenerme por un momento y apreciar la maravilla de la vida en cada detalle. Aprecio el aroma suave y natural de las flores las cuales anuncian a viva voz la continuidad de la primavera. El campo de rosas rojas teje un tapiz hermoso de esperanza, revelando al mundo terrestre la realidad de que a pesar de todo lo malo y adverso que puede haber, aún hay tiempo y espacio para florecer y brillar en esta vida. Elevo mi mirada al cielo y el astro de la mañana me brinda una delicada caricia, estoy vivo. El resplandor de su luz revela amablemente un cielo azul claro retocado de matices blancos. Cuan pequeños y grandes somos, orbitando alrededor de un universo sempiterno, inmenso y grandioso en gran manera.  Ahí, encuentro dentro de mi el pensamiento, y contemplando el cielo cierro los ojos.
 
Me animo a viajar por las páginas inescrutables del tiempo, aferrándome a la libertad de poder hacerlo mientras la vida esta presente. Poder navegar por los días ya idos del ayer, buenos y malos, saboreando la libertad de hacerlo mientras la vida este presente. Acaricio el deseo de encaminarme al tiempo consumido que dejo de ser, y poder ahí encontrar una historia. Siento el corazón palpitar con toda su fuerza reconociendo en la intimidad de mi ser el deseo de dirigirme hacia épocas anteriores y poder encontrar en aquel tiempo retirado la revelación de la historia de un hombre y su sueño. Aquel hombre que pareció terminar en cenizas, al entender por las apariencias, pero cuando llegue la última hora apocalíptica y deje de existir el tiempo pasajero de hoy, ayer y mañana, solamente ahí la luz lo revelará como lo que en verdad fue: cenizas, o gloria.
 
Disfruto del nuevo día bañado de luz clara y radiante, el entorno es promisorio y emprendo con emoción este viaje, miro el cielo bañado de azul y blanco donde brilla resplandeciente el astro de la mañana. Me adentro al pensamiento y considero: los tiempos son sencillos y al mismo tiempo complicados, los días nuevos con el presagio desconocido de lo que podrá acontecer en el hoy y el mañana, y los días ya idos con la interpretación incompleta de lo que fue y dejo de ser dejándonos indudablemente sabores dulces o amargos en el alma. El corazón vibra a toda fuerza en su palpitar cotidiano, y la sangre fluye y nutre todo el cuerpo en el mejor de los ánimos. La vida esta presente, busco sentir más la expresión de lo que uno necesita ser en toda la esencia del alma, porque de eso se trata. Amar la manifestación profunda de ser, en vez de la persuasión superficial del mero tener; precisar aprovechar la oportunidad de vivir por lo que uno en verdad es y puede ser, en vez de lo que uno tenga o pueda llegar a tener. Tengo la seguridad de que todos los seres vivientes debajo del sol tenemos el privilegio de escribir una historia, en medio de toda circunstancia adversa e inesperada, y siempre teniendo la certeza de abrazar la experiencia de luchar, perseverar y triunfar sobre la adversidad y la derrota. Me aferro a la libertad de emprender este viaje, comienzo a dirigirme hacia el pasado con gratitud, curiosidad y gozo. Retrocedo en el tiempo hacia un lugar donde no pude estar en cuerpo y sangre, pero viajo a aquellos tiempos ya marchitados del ayer. Buscaré ser testigo de la historia que me ha sido contada en mi tiempo, la historia de un hombre y su sueño. Me adentro en las huellas del pasado y retrocedo a los días que no me pertenecieron. Tengo la oportunidad de realizar este viaje y lo hago porque solamente ahí seré capaz de sentir y recibir en el corazón y el alma la historia de un hombre y su sueño.
 
Son las siete de la mañana y he llegado a la ciudad grande y pequeña. Es una mañana asoleada la cual revela una ciudad colonial vallada de montañas medianas y altas que imponen un limite a la urbe y su gente. Camino un tanto desconcertado sin rumbo por un momento, el entorno del pasado se materializa a mi alrededor y comienzo a asimilar la realidad del pasado. Miro mi cuerpo de pies a pecho y oh sorpresa, he recibido la vestimenta de otro tiempo. Me siento un poco raro e incómodo con este estilo o moda, porque no es así como me vestiría en mi tiempo; pero a cada tiempo lo suyo. Miro sigilosamente las calles angostas y de piedra, y algunas a la distancia más amplias y de asfalto donde automóviles clásicos y autobuses antiguos transitan ya en las tempranas horas de la mañana. Me siento un poco más familiar por la vereda en la cual estoy caminando, presencio árboles, huelo en la brisa un aire fresco y mañanero, y contemplo contados peatones quienes asumo están ya en su caminar del día a día. Pareciera como si la población estuviera en lo que un momento fue un valle extenso y verdoso, el lugar manifiesta un clima cálido a pesar de la altura que le rodea. La ciudad grande y pequeña deslumbra su encanto histórico y una arquitectura pintoresca que evocan una rica herencia del pasado. Contemplo sus habitantes y a primera vista entiendo que viven en moradas amuralladas; por protección, privacidad o seguridad, no lo sé, pero esa es una prematura impresión que recibo. Casas grandes y pequeñas son las moradas de sus pobladores, algunas tal vez ajenas a la claridad alegre de aquel día soleado bañado con cielos azules. Me detengo un momento al costado de la vereda, siento mis bolsillos con un poco de bulto y coloco mis manos dentro de ellos. Saco el contenido del bolsillo izquierdo y miro un sobre envejecido sellado con tres pétalos secos de una rosa roja. Me invade la curiosidad, pero no es el momento de abrirlo, apenas he llegado. Saco el bulto del bolsillo derecho y veo que son muchos billetes aplanados y bien doblados, asumo es el dinero que se usa en esta época. Los miro brevemente y los guardo de vuelta en su respectivo bolsillo. Vaya manera de viajar por el tiempo, hasta el vano dinero ha sido incluido; estoy listo para enfrentar cualquier situación de gasto necesario y pasajero.
 
Persisto en mi caminar por las calles de la ciudad grande y pequeña, su estilo colonial y barroco dilata parte de una historia de conquista española. Me detengo y miro a través del ventanal de un negocio, por el trasluz dirijo mi atención a un calendario y entiendo es el diez de enero del año 1957. Interesante fecha, todo coincide precisamente con el tiempo que me habían dicho, el día de su llegada. ¿De cuál llegada? Vas a saberlo, ten paciencia – me pregunto en silencio y me respondo a mi mismo, como si al hacerlo me encuentro más conmigo mismo en el entorno del ayer ya materializado. Abro las puertas oscilantes de madera maciza del negocio y procedo a entrar con un poco de recelo, observo su gente: hombres, mujeres, niños, ancianos y jóvenes. Todos con una historia que la están escribiendo en el proceso del tiempo. Puedo ver que es una cafetería un tanto ocupada, el aroma es acogedor, me dispongo a tomar asiento y contemplo el movimiento de la gente con sus entradas y salidas. Soy testigo de la pobreza que invade los rincones de esta urbe. Alguna gente entra y mendiga, niñas y niños que invaden el negocio y piden algo de dinero o comida, personas que miro por el ventanal de mi mano izquierda están en la calle comercializando algún producto en la urbe diversa y ocupada. Viene la mesera, una joven de rostro bonito y ojos claros quien en su manera muy delicada y amigable me pregunta si ya sabía lo que iba a desayunar. Con una sonrisa respondo afirmativamente y ordeno un café con una humita, la joven parte con una sonrisa amigable y contagiosa que le daba al lugar del negocio cierto encanto. Observo de reojo un periódico en la mesa continua y al estar abandonado lo adopto. Lleva por nombre “el comercio” y entiendo es el medio informativo de la urbe, la joven llega con mi café y humita que solo con el aroma despertaba un apetito delicioso. Navego con tranquilidad por las páginas de la gaceta y entiendo mejor algunos temas que el medio había decidido anunciar, tal vez al amparo de lo que le convenía informar a la gente de aquel entonces. La ciudad grande y pequeña entiendo es la capital del país al cual he llegado, y su señor presidente tiene un marcado tinte derechista – interesante. Apenas tiene pocos meses de poder en el gobierno, y se avecina una marcha de campesinos más adelante en el transcurso del año. Han existido duras críticas por los partidos de centro izquierda, estudiantes y trabajadores. Es el comienzo de un nuevo año, el 1957, y se ve que a la gente no le depara un buen porvenir en la ciudad grande y pequeña; pero a cada tiempo lo suyo.
 
El tiempo continuaba su rumbo y disfruté de un delicioso café andino con notas muy gustosas en el paladar y una humita que por la dulzura de su sabor podía decir que fue preparada con maíz fresco y criollo de la sierra andina esa misma mañana. Necesitaba descubrir el contenido del sobre viejo del bolsillo izquierdo el cual estaba sellado con tres claveles rojos secos, pero el humo de cigarro comenzó a perturbar mi respirar tranquilo en la cafetería así que llego el tiempo de pagar la cuenta a la joven mesera y partir. Saco el dinero del bolsillo derecho y es aquí cuando entiendo el nombre de la moneda de la ciudad grande y pequeña, este iba a ser el primer gasto del dinero que me había sido dado. Veo con atención el nombre en los billetes y efectivamente confirmo que se llaman “sucres”. Realizo el pago a la joven y salgo de la cafetería, comienzo a caminar a través de la urbe con la intención de encontrar un lugar tranquilo para ver el contenido del sobre sellado con auras rojas el cual desde mi llegada me había invitado al campo del misterio. El viento del este refrescaba el día y sin lugar a duda, presencio en esta ciudad una evidente miseria. Siento lo duro que puede ser la vida cuando se manifiesta de manera difícil, y si, es verdad, cuan turbia puede ser la vida para algunos seres humanos. Así puede ser en algunos lugares. En mi tiempo del siglo XXI cuando llegaba a metrópolis de diferentes continentes, todo aparentemente era ser bueno: había comodidad, lujo y hasta de cierto modo, demasiada abundancia. La gente en mi tiempo vive en lugares que son custodiados por una existencia temporal manifestada en matices de poder, riqueza y hasta avaricia. Pero he llegado al diez de enero de 1957, un jueves, y he sido transportado a la ciudad grande y pequeña; sus multitudes se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales, y así continúo mi camino.
 
Voy en dirección hacia lo que a la distancia puede ser un parque el cual lo vislumbro a lo lejos. En el trayecto miro a gente de todo tamaño y atestiguo su sigiloso movimiento cotidiano. Llego a las calles amplias que había identificado en tempranas horas de mi llegada y algunos carros apresuran en su correr provisorio, los autobuses transitan descuidadamente llevando pasajeros que deslizaban a través del tiempo. Caminaba a paso ligero por diferentes calles y cruzando hacia diferentes veredas y la urbe estaba más ocupada. El caminar fue un poco largo y efectivamente llego a un parque de césped, bancas y muchos árboles. Me siento en una banca negra de hierro forjado y observo algunas familias que se pasean, perros callejeros que deambulan tal vez sin rumbo, palomas que emprenden su vuelo amplio y libre, y niños que andan cargando un cajón de madera, ¿qué harán? – me pregunto. Las horas han pasado, la gaceta informaba que el mandato del señor presidente se desenvolvía en un ambiente de paz y respeto a la democracia luego de un fuerte crecimiento de inversión industrial que pasó de 15,6 millones de sucres promedio entre 1953 y 1957. Interesantes cifras, ¿puede a veces la realidad contradecir lo que medios informativos dicen ante una pobreza palpable? Vas a saberlo, ten paciencia, me digo a mi mismo. De repente, mientras consideraba el pensamiento y miraba a la gente avanzar a mi alrededor, un niño hace su aparición inesperada por medio de unos arbustos un poco cercanos. Me causa un leve susto y pregunta inocentemente si puede limpiarme los zapatos. Su sonrisa me convence y lo acepto. Se acerca muy alegre, desploma el cajón de madera de su hombro, saca un tablón pequeño y plano donde toma asiento casi a nivel del suelo. Comienza a sacar sus instrumentos de limpieza y emprende su labor la cual llego a entender es cotidiana: es un lustrabotas o bolero del parque al cual había llegado.  
–– ¿Y tienes padres? Le pregunto, con la intención de iniciar una conversa.
–– Si, me dice, ellos me mandan a hacer este trabajo para que pueda ayudar en la casa.  
Escucho y me pregunto a mi mismo: ¿es apenas un niño, y ya esta trabajando para ayudar en su casa? A veces, no toda pregunta tiene respuesta acertada así busquemos entenderla de alguna manera. Su labor de limpiar mis zapatos continúa.
–– ¿Y vas a la escuela? Prosigo, intentando seguir la conversa.
–– Si, me responde, voy a una escuela pública por aquí cerca, y luego que termino las clases vengo aquí para hacer este trabajo.
Escucho y me pregunto en silencio: ¿la educación nos libera? ¿cómo puede este niño recibir una educación libertadora? El pensamiento me invade, cuestiono la realidad cruel e injusta de este tiempo ajeno, calculo que han pasado ya como unos siete minutos desde que comenzó su labor de bolero y mis zapatos comienzan a brillar. Miro a mi alrededor y puedo ubicar más niños que se encuentran en esta misma faena de limpiar calzados.
–– ¿Y hasta qué hora haces esto? La curiosidad me invade, su manera sincera de compartir su experiencia me conlleva a entender un poco mejor cómo es su vida.
–– Hasta un poco antes que termine la luz del día, como unas cuatro o cinco horas luego de la escuela y de ahí voy a encontrarme con mi hermanito en la pileta del parque para juntos irnos a la casa – me dice mientras avanzaba esmeradamente en su trabajo.
Escucho y grito hacia muy dentro del corazón con una impotencia que me hace ver la injusticia de vida que existe en ciertos lugares: ¿Por qué la vida puede ser tan dura para algunos? ¿Por qué a veces podemos ser cómplices de amargas injusticias que como seres humanos podemos cometer contra pequeños e indefensos niños?
 
El niño me mira, sus ojos brillosos y cansaditos me cautivan, y en su inocente rostro una sonrisa muy reluciente que estremece mi alma.
–– ¡Ya está, señor! – me dice – ¡quedaron muy bien sus zapatos!
Lo miro y le devuelvo la sonrisa, como queriendo regalarle un poco de alegría.
–– ¡Se ven muy bien! – le digo – ¡muchas gracias, hiciste un muy buen trabajo! ¿y cuánto te debo?
En sus cortos años, inocente e indefenso, comienza apresuradamente a acomodar sus instrumentos de limpieza en el pequeño cajón de madera; su herramienta de trabajo. Mientras continuaba aún sentado en el tablón casi a nivel del suelo y mirando hacia abajo, quiere de alguna manera ganarle al tiempo para poder ir a encontrar a su próximo cliente.
–– Son cuatro sucres, señor – me responde.
Confirmo una vez más el nombre de la moneda de la ciudad grande y pequeña. Este iba a ser el segundo gasto del dinero que me había sido dado, pero recordando la buena cantidad de billetes en el bolsillo derecho, decido darle un billete de diez sucres, porque “a veces es mejor dar que recibir”, como lo dijo el Maestro.
–– Te voy a dar más para que vayas a comer algo con tu hermano, te mereces esto y más – le digo.
Le miro y sonrío con genuina apatía, mi alma sonríe y llora. Contemplo su figura frágil en sus apenas cortos años y le trato de transmitir un poco de esperanza. El alza su mirada sorprendida, como no queriendo creer lo que le estoy diciendo y mirando el dinero lo recibe con gran alegría. Su carita fatigada se alumbra de una sonrisa contagiosa en la cual resplandecía la gratitud y el gozo.
–– ¿En serio, señor? ¡Dios le pague! ¡muchísimas gracias, en verdad que me ha hecho el día! Ahora mismo voy a buscarle a mi hermanito para a ir a comer algo; porque no hemos comido nada luego del pan y vaso de leche del desayuno de esta mañana.
Lo escucho y no puedo más, mi corazón se resquebraja en lo más profundo y me pregunto en el alma: ¿así puede ser la vida de dura y difícil para algunos? ¿esa es la lucha acérrima que necesitan enfrentar día a día ciertos niños? Voy entendiendo mejor la problemática social del país de la ciudad grande y pequeña, su gente aparentemente vivía en un ambiente de paz y respeto a la democracia. Pero en matices de contradicción e ironía puedo entender mejor el juego político del señor presidente, apoyado por adeptos y simpatizantes a fin. Era una problemática sociopolítica que existía, y ahora la estaba palpando y sintiendo. Una realidad cuestionable la cual estaba causando injusticia en tantos niños indefensos de ese parque, la cual indiscutiblemente estaba ligada a situaciones adversas del gobierno. Pero a cada tiempo lo suyo.
–– Hasta luego, señor. ¡Dios le pague! El niño se levanta y su sonrisa me llega al alma.
El susurro del viento nos acaricia suavemente mientras se levanta de su tablón pequeño y plano, toma su cajón de madera en su hombro y el pequeño niño se aleja a la distancia. Mira hacia atrás, quien sabe sin todavía poder creer lo que había pasado, pero mira el billete y sonríe a diestra y siniestra. Muevo mi mano despidiéndome y el pequeño corresponde despidiéndose con demasiada alegría. Lo miro con ternura, se le ve feliz y muy contento y va corriendo y saltando por el parque en búsqueda de su hermanito. Hoy día podrán disfrutar de alguna rica comida.
 
Me mantengo sentado por un momento en la banca negra de hierro forjado, trato de digerir en el pensamiento realidades tan duras de vida. Más en medio de tan necesaria consideración, el recuerdo del sobre doblado y sellado me invade la mente. Lo saco del bolsillo izquierdo y sus tres claveles rojos secos le otorgan su carácter distintivo. Los miro detenidamente y pudiera decir que pertenecen al mismo lugar donde el sobre comenzó mi viaje, el parque de los recuerdos. Desato una cuerda muy delgada que sostenía las auras rojas y sellaba el contenido del sobre. Tomo los claveles delicadamente, los huelo y todavía conservaban su aroma delicado y fino. Procedo a guardarlos en el bolsillo interno de mi chaqueta para cuidarlos y conservarlos en el trascurso de este viaje por el tiempo. Abro el sobre cautelosamente y descubro su contenido, una hoja de cuaderno muy bien doblado en tres partes rectangulares simétricas. La leo con interés ávido y luego de haber masticado la razón por unos minutos fue entonces cuando comprendí lo que me ha sido entregado acertadamente. Me mantenía aún sentado y sentí una vez más el viento del este, fue en ese momento cuando con gratitud recibí el abrazo de la tranquilidad pues el contenido del papel revelaba las direcciones que necesitaba recorrer en este viaje por el tiempo, con respectivas fechas claves y lugares específicos. Miro al cielo y acariciando el pensamiento me aferré más a la decisión que había sido tomada, viajar por el tiempo marchito del pasado para encontrar en carne propia la historia de un hombre y su sueño. Me levanto de la banca negra de hierro forjado y comienzo mi camino por el parque. El viento del este cobijaba de vez en cuando el caminar progresivo y pasajero. El parque era testigo de sus muchas historias, el perro callejero en búsqueda de algún alimento, las multitudes avanzando con afán a través del proceso del tiempo, las palomas blancas encontrando su libertad acérrima en los cielos, y los niños indefensos experimentando la injusticia de cargar un cajón de madera. Emprendí mi camino hacia el primer destino indicado, necesitaba llegar a la casa del recuerdo y la memoria, la casa donde se encuentra parte del comienzo de esta historia que me ha sido dada en mi tiempo: la historia de un hombre y su sueño.  
 
 
La urbe habla. Encontrar transporte publico en la ciudad grande y pequeña ha sido toda una hazaña. He podido experimentar cuan ventajoso puede ser encontrar transporte en mi tiempo en las diferentes metrópolis donde he vivido. Aquí no hay tiempos definidos para el transporte, es la lucha del autobús que más rápido cumple con su recorrido, además de recoger la mayor cantidad de pasajeros que pueda. No importa cuantas personas vayan sentadas o paradas, es simplemente la necesidad de meter a todo el rebaño posible, así vayan apretados y totalmente incómodos. No importan niños o bebés llevados en brazos por sus madres, las mujeres pueden ser invadidas, es la lucha del más despierto contra el más lento, es el afán de aprovechar con la mayor cantidad de personas posible dentro del autobús para cumplir con un recorrido. Fue de esta manera como experimenté el transporte público que necesitaba. Me senté detrás del chofer, un hombre con falta de modales y educación en su trato con la gente. Y ahí en el recorrido me iba dando cuenta que puede haber excepciones de aglomeración y alboroto en los autobuses, lo cual acontece cuando el servicio está al comienzo o al final de su ruta. La gente subía y bajaba, revoltijos, gritos, a veces peleas mostrando que no había respeto por las personas; y esta era otra situación cotidiana para algunos moradores de esta urbe. Había pedido amablemente al chofer que me indicara mi destino quien alzo su voz grosera y dijo:
–– al gringo que me pidió que le dijera su parada, ¡aquí necesita bajarse!
Asumí se dirigía a mi persona, no me veo como gringo, pero me hecha un vistazo por el espejo retrovisor del autobús y asumo sus toscas palabras son hacia mi persona. No entendía porque el trato amargo y rudo, pero a cada tiempo lo suyo. Había llegado al lugar de mi parada y me bajé para continuar el camino. Estoy un poco impresionado acerca de como la gente de este tiempo se moviliza usando el transporte público y brevemente me pregunto: ¿hasta donde puede considerarse la dignidad del ser humano? ¿Cómo puede la gente conformarse con este tipo de servicio por el cual está pagando? Me respondo a mi mismo, es otra consecuencia del juego político del señor presidente; el juego oscuro y escondido donde el pueblo sufre las consecuencias.
 
Bajo del autobús y me ubico fácilmente fijándome en el nombre de las calles. Encuentro el nombre de la calle escrita en la primera dirección del papel del bolsillo izquierdo y voy en dirección al destino. Camino por una calle de anchura reducida y pintoresca, a sus lados casas con fachadas de estilo colonial y techos de tejas. Me dirijo hacia la casa del recuerdo y la memoria, aquel lugar donde se encuentra parte de esta historia que me ha sido dada en mi tiempo. Es allí donde necesito encontrar el comienzo de la historia de un hombre y su sueño para poder rescatarla y vivirla en carne propia. No fue una caminata larga ni corta, los perros callejeros me rodeaban de vez en cuando, el sol continuaba concediendo su calor gentil y brillo vacilante, y la hora vespertina se acercaba. El vecindario que me rodea es apacible y una vez confirmo que las moradas de esta urbe son amuralladas. Llego a la casa del recuerdo y la memoria y una puerta grande inicia un pasillo central que conduce hacia el interior de la casa. El pasillo está cubierto de piedras y en la mitad, huesos secos tal vez de humanos que lo cubren parcialmente. Hay un patio central con poco de hierba, plantas pequeñas y un hueco grande y muy oscuro tapado con latas de zinc las cuales están rodeadas de piedras muy grandes para impedir el ingreso a este hueco. Hago mi ingreso a esta casa antigua, misteriosa e inconclusa en su construcción, una casa un poco temerosa y de estilo barroco y puedo decir que la habita una familia de clase media.
 
Observo algunos dormitorios cerrados e independientes. En uno de ellos hay una sala grande y poco oscura la cual estaba muy bien arreglada para las visitas de la familia. Hay dos dormitorios adjuntos y a un lado de ellos una puerta pequeña que, al abrirla, mostraba un pasillo que dirigía hacia un segundo piso por unas escaleras un tanto sombrías. Subo por las mismas y al terminar las escaleras encuentro un corredor el cual conducía hacia una puerta cerrada la cual estaba sellada, no se abría para nada por lo que no dirigía hacia ningún lado. Regreso por el corredor, bajo las escaleras y me dirijo hacia uno de los dormitorios. Ahí esta la madre, Beatriz, una mujer alta de edad media con unos ojos color esmeralda oscuro hermosos, su tez es clara y es una mujer elegante. Su voz indica ser una mujer de carácter fuerte, se encuentra en la labor de la casa y puedo darme cuenta de que es una madre estricta y exigente con sus hijos. Esta con su abdomen ya grande lo cual indica que efectivamente he llegado al tiempo acertado. El nacimiento de su cuarto hijo esta por llegar pronto, el pequeño e indefenso bebé quien se convertirá en la figura central de la historia que me ha sido contada, la historia de un hombre y su sueño.
 
Llega Miguel, el esposo de Beatriz, muy alegre, de baja estatura, tez morena y con una bonita y contagiosa sonrisa. Su bigote es elegante y no tan grueso, y su cabello peinado hacia atrás mostrando una frente amplia y resplandeciente. Acaba de terminar su labor diaria en el local del frente de la casa misteriosa donde vivían. Era una tienda de joyería y platería llamada “turismo”, en la cual Miguel comercializaba joyas de oro y plata lo cual le ocasionaba de vez en cuando viajar ejerciendo su labor de comerciante. Se le nota un poco cansado, pero el hecho de que pronto iba a ser nuevamente padre le daba una alegría que opacaba su cansancio. Llega a su dormitorio y comienza a sentirse mas cómodo, logra cambiarse y su familia llega al encuentro a saludarlo. Cualquier esfuerzo vale la pena por los hijos. Era para Miguel uno de esos días en los cuales había podido vender todo lo que había querido; en medio de problemáticas sociopolíticas que habían conducido a la gente a vivir en expresiones de pobreza, miseria, e injusticia. Hasta ese momento fui testigo parcial de poder ver esta realidad en la mayor parte de la gente que había visto.
–– Hola Betty, dice Miguel. Y la saluda con un abrazo que alimenta el alma. ¿Cómo esta el bébe? Nótese el acento, así es como él pronunciaba esta palabra.
–– Estamos bien Miguicho, pero siento que muy pronto va a nacer nuestro hijo.
Aquí en el abrazo pude notar la diferencia de estatura, Beatriz era más alta que Miguel por unos tal vez diez centímetros. Y en el abrazo el compromiso mutuo de continuar forjando su familia, fortaleciéndola y buscando siempre salir hacia adelante. Los hijos confirman su presencia con sonrisas, saltos y algarabías, muy contentos de ver a su cariñoso padre. El primer hijo era solo de Beatriz, su nombre Ernesto, quien fue aceptado por Miguel como uno de sus propios hijos. Beatriz siempre fue muy reservada acerca de este tema, nadie sabía de la historia de Ernesto sino solo sus padres y Miguel su amado esposo. Sin lugar a duda, al haberlo aceptado como uno de sus hijos, Miguel demostraba el gran corazón que tenia; lo quiso como a un hijo suyo. Ernesto se veía ya como en sus diez años y demostraba ser curioso y travieso; era el hermano que buscaba defectos en sus hermanos para de eso hacer chiste o burla. La segunda hija era probablemente la consentida, Sonia de nombre; una niña linda de cabello color negro azabache, con rizos de muñeca, mirada de cielo, sonrisa deslumbrante y muy alegre como su padre. Ella tenia cuatro cortos años. Y ahí estaba también su tercer hijo quien llevaba el mismo nombre que el padre, pero sus padres lo llamaban Miguelito. Un niño de tez clara y con cabello un poco rizado en sus puntas. Se le ve pensativo, poco callado y hasta cierto punto un poco introvertido. Tenía una sonrisa elegante y sostenía en su mano derecha un carro de juguete y en su mano izquierda un muñeco; jugaba ingeniosamente con su carrito y muñeco de plástico. Con apenas tres años disfrutaba mucho de sus juguetes y en su corta edad preguntaba ya a su padre cuando podría acompañarle en uno de sus viajes. Pareciera que Miguelito en su corta edad quería ayudar en las labores del trabajo y poder algún día ser como su padre. 
 
Las horas vespertinas transcurrían y toda la familia disfrutaba de estar en casa, Beatriz había cocinado con su sazón peculiar, teniendo los sabores culinarios en recetas heredadas de su madre Eloísa, o tal vez desarrollados en la vida cotidiana de ser esposa y madre. La mesa estaba puesta, Miguel era hacendoso y ayudador en la casa, la hora de comer había llegado, llama a sus hijos a la mesa y Beatriz sirve la cena. Todos disfrutan de este momento ameno con una rica comida, pero Beatriz lidiando con Miguelito quien no quería comer su plato de comida contagiando también a su hermana Sonia. La madre con su carácter fuerte perdió la paciencia y dijo a sus hijos que tenían que comer toda la comida para que luego puedan ver la televisión, pero solo por media hora. Fue así como comieron, la comida fue de buen provecho, la familia disfrutó de este momento y con mucha expectativa, Sonia, la primera hija de Miguel, al levantarse de la mesa preguntó a su papá si les había traído algún regalo o dulce del trabajo ese día. Miguel sonríe y su alegría es contagiosa.
–– Claro que si hijita – le dice – y se dirige a abrir un paquete que había traído.
El día fue bueno, Miguel había vendido casi todo lo que había querido para la jornada, todo iba a ser de mucha ayuda para lo que significaría afrontar el nacimiento de su cuarto hijo. Inesperadamente, Beatriz comenzó a sentir dolores de parto y fue así como el paquetito quedo en segundo plano. Beatriz llama de urgencia por teléfono a su madre para que se quede con sus hijos mientras ellos necesitaban salir de casa porque la hora del nacimiento había llegado. Miguel en tanto instruye a sus hijos que necesitan esperar a su abuela quien iba a llegar en un rato más a casa para cuidarlos. Ernesto, Sonia y Miguelito escuchan y obedecen a su padre, quien toma a su amada Betty y apresurados salen y se dirigen a la maternidad de la ciudad grande y pequeña porque la hora del parto había llegado. 
 
El viaje fue un poco largo, las horas tempranas de la noche habían llegado, pero sin ningún contratiempo transitaron la urbe en taxi y llegaron a la maternidad para ser atendidos. En el recorrido apresurado a la maternidad pude ver una vez más que Beatriz demostraba ser una mujer fuerte y valiente.  Las horas de la noche de ese jueves estaban pasando y Beatriz fue internada. Su esposo esperaba con ansiedad y preocupación la llegada de su cuarta criatura caminando de lado a lado en el lugar de espera en la maternidad a la luz temblona de un cigarro candente. Es así como Miguel soltaba su preocupación de vez en cuando: fumaba y caminaba para despejar el pensamiento. A veces lo acompañaba de un café que el mismo preparaba cuando podía. El tiempo pasó en la sala de espera y la criatura finalmente nació. Fue un pequeño varón como Miguel lo deseaba; un bebe sano, grande y con un buen peso. Así comenzó su historia. El pequeño niño había nacido ese diez de enero de 1957 en la noche sin ninguna complicación, un gordito sano y pelado de nueve libras y cincuenta centímetros. Sus primeros lloros fueron recibidos con el gran sentimiento de gozo de su amada madre. Porque las horas del dolor habían pasado, había traído un nuevo ser a este mundo, y la alegría de ver a su nuevo hijo hizo olvidar todo el dolor intenso del parto.
 
Miguel fue llamado a la sala de parto quien apresurado fue junto a su amada Betty y pudo ahí conocer a su nuevo hijo. Su cuarto hijo había nacido, una pequeña criatura de tez morena como el y de ojos un poco cerrados y al mismo tiempo saltones. Su aspecto era como el de casi todo bebé sano que ha nacido en esta tierra: tierno, inocente, dulce, frágil y lleno de mucha vida. El pequeño bebe lloraba, sus oídos pudieron escuchar el cariñoso susurro y la sonrisa de su madre, sus ojos comenzaron a dirigirse hacia el rostro de su padre. Que hermosas experiencias: escuchar y mirar. Fue así como comenzaría su historia la cual la escribiría día a día durante los próximos veintinueve años. Y las preguntas pueden invadir el pensamiento: ¿Porque solamente ese tiempo? ¿Porque no pudo ser por más años? ¿Porque tuvo que ser tan joven para que dejara esta vida? ¿Porque tuvo que ser relativamente prematura su partida? Las preguntas no siempre responden a todas las incógnitas que tenemos, pero si toda incertidumbre de vida puede encontrar fe y esperanza cuando de corazón buscamos aquello que va mas allá de nuestra dimensión mortal y pasajera.
 
Van a ser veintinueve años, es lo que estaba dicho en el tiempo, y tenia que cumplirse. Es de esa manera como el caminar de esta pequeña criatura iba a ser escrito. Y fue así como comenzó su historia de vida. Mi viaje había sido acertado en el tiempo, pude llegar a la casa del recuerdo y la memoria y ahí conocer un poco de su familia. Pude también ser testigo de las emociones encontradas por Miguel y Beatriz en el día de su llegada, para que este bebé comenzara a escribir su historia de vida temporal y pasajera. Una vida que al final de los días será revelada como lo que fue: cenizas o gloria. Y es aquí donde surgen dos preguntas: ¿será que el bebé moreno, al nacer, pudo ver cómo flotaba sobre su cabeza una corona? ¿lo pudo en verdad hacer y al final de sus días logró ceñirse aquella corona de gloria?  El tiempo lo dirá.

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